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Esta Cumbre tendrá sentido si lo que aquí se decida abre puertas para la justicia y la vigencia de los derechos humanos del pueblo que vio organizarla.
Vamos por avenidas nuevitas, con palmeras recién plantadas y flores apenas puestas. Los ómnibus llenos de delegados oficiales y representantes de organizaciones sociales y empresas van rapidísimo hacia el centro de conferencias donde se desarrolla la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información, en la ciudad de Túnez. Cada tanto, grupos de policías uniformados y de los otros, vallados, retenes y hasta algún soldado con arma larga. El sol reseca la tierra y la atmósfera. Miro por la ventanilla, no veo a nadie. ¿Dónde está la gente? Parece que está vedado el contacto.


Nos cuentan que durante estos cuatro días de reunión internacional los chicos tienen asueto escolar. ¿Creerán que es un regalo de estos delegados sin rostro? También nos dicen que no funcionan las oficinas públicas. Todo el mundo en casa, cuestión de no cruzarse con los extranjeros. ¿La población se preguntará para qué sirve la sociedad de la información si una mano anónima impide el acceso a los sitios web “peligrosos”, porque hacen pensar? ¿Sabrán que se puede navegar por un mar de conocimientos sin que nadie manipule los contenidos? ¿O ellos también estarán cooptados por la propaganda oficial como parecen serlo las organizaciones locales cuyas presentaciones sobre las maravillas de su sistema son pura retórica?


Anoche, mientras comíamos en un barcito del centro de Túnez, un grupo de jóvenes nos interpeló con dureza. ¿Qué sentido tiene que estemos allí, si nada cambiará al irnos? En ese pedacito de libertad que se creó cuando los escuchábamos, podíamos palpar sus sueños, sus ansias y también su desilusión. Lo que compartieron no debe caer en saco roto, por eso decidí lanzarlo a navegar para que no los olvidemos.



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